ACTO PRIMERO
Bailamos
como lobos de fauces abiertas,
labio a labio,
desencontrados.
Tus piernas, un libro que se abre
y derrama sus versos
al calor de las sábanas,
rodean mi espalda en desaliento
y oprimen mi cuello hacia el abismo.
Los labios, en tanto, se entreabren.
Las manos, a tientas, se sitúan:
unas, a la orilla de tus muslos;
otras, al colchón expectante.
A ciegas, te encuentra mi saliva
el sexo encarnado en deseo
y tu vientre se abraza a mis dedos,
como río al caudal de tu cuerpo.
Las caderas son dos golondrinas
que remontan el vuelo
y las alas,
dos gotas de lluvia mojadas
por el curso de tus latidos.
Así, se abre el cielo desnudo
y un relámpago cruza tu vello,
y tu bello sonar se propaga
y rebota en éxtasis,
consumido.
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