A UN POETA EN NUEVA YORK.
A Federico, en su octogésimo año de ausencia.
La luna
llora en el cielo
restos de
arena blanca.
El niño ya
no la mira…
jamás volvió
a la fragua.
La luna
llora en el cielo
desde que
tus pies no se arrastran.
En el suelo
vive la luz
de toda tu
noche estrellada.
El verde se
ha marchitado
bajo un silencio
de sombra
y se han
llenado de odio
las cunetas
de la memoria.
En la tierra
hay un cante jondo
que suena
con tu guitarra
y acalla
todos los disparos
que sonaron en
Granada.
Tu cuerpo
escribe palabras
que no alcanzan
a acoger los versos,
y un
romancero gitano
barre
montañas de huesos.
Tu luna
vuelve a la fragua
con su
polisón de nardos…
y el niño la
llora, llora.
El niño la
está llorando.
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