GIRALUNA
Se le
encendía la Luna.
Se le
apagaba.
Se cogía a
la escalera de la sonrisa de la noche
y le pedía
que subiera.
Como un
poema, de las sombras nacía;
si estaba
oscuro, volvía a nacer,
y a llover,
me recitaba
dos
cucharadas de azúcar
en sus ojos
de café.
Sus alas de
flores amarillas
giraban las
caricias en un pecho
con las
manos de un vuelo inmarcesible,
y su
indomable risa me cantaba
al compás de
un alma de bolero
hecho de
amor inoxidable.
Que no,
cariño,
que el Sol
no merece tus te quiero,
ni se mece
en tu color.
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