lunes, 22 de agosto de 2016

GIRALUNA

Se le encendía la Luna.
Se le apagaba.
Se cogía a la escalera de la sonrisa de la noche

y le pedía que subiera.

Como un poema, de las sombras nacía;
si estaba oscuro, volvía a nacer,
y a llover, me recitaba
dos cucharadas de azúcar
en sus ojos de café.

Sus alas de flores amarillas
giraban las caricias en un pecho
con las manos de un vuelo inmarcesible,

y su indomable risa me cantaba
al compás de un alma de bolero
hecho de amor inoxidable.

Que no, cariño,
que el Sol no merece tus te quiero,
ni se mece en tu color.

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