NOS QUEDA UN 18.
Debo
partirme en dos
y darte a ti
la otra mitad.
La chica de
los pies fríos
me cantaba
en el sofá.
Luego,
las botellas
vacías
y los vasos
de cerveza
con espuma
seca en los bordes,
como las
olas en la orilla del mar,
y los
acordes de trompeta vieja
le arropaban
al dormir,
con las
piernas cruzadas
y una
estirada tristeza.
No es
comparable
la soledad
sin espera de los aeropuertos,
las alarmas
de los coches
que rompen
el silencio de la calle,
el humo de
un cigarro que se acaba de consumir
como se
consumen mis palabras
si hablan de
ti,
a las horas
que no pueden pagarse
con la
compañía de tu respiración.
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