jueves, 9 de junio de 2016

TAN JÓVENES, TAN TRISTES.

Se ahorcó el violinista en mi tejado,
dijo que no quería verme llorar.
En las noches de verano,
cuando tu cuerpo me abandona,
aún puedo escucharle tocar
y entre cuerdas, cuerdas, cuerdas
vino la muerte sin avisar.

Me han contado mis labios
que están vacíos de soñar
con la boca de tu regreso,
con los huesos de su cantar;
y entre besos, besos, besos,
se esfuma la necesidad.

Sangran las hojas de mi libreta
cuando las apuñala tu silencio
y la tinta coagulada
se vuelve humo y excesos
y entre versos, versos, versos
llantos, alcohol y viento.

Esta ciudad abandonada
que no pasean ningunas manos
por sus calles oscuras de caricias
y de la ausencia que las camina;
entre ruinas, ruinas, ruinas
entierra mis ojos helados.

Cuando en la orilla encuentro las piedras
y las caracolas que deja el pasado,
y la marea trae los erizos
con espinas de horas a solas;
entre olas, olas, olas
se ahoga mi olvido y mi enfado.

Al pie de los días de lluvia,
de las noches sin dormir,
de los puñales de la memoria
envenenados de dolor;
entre líneas, líneas, líneas…
te hiero como a nadie, amor.

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