TAN JÓVENES, TAN TRISTES.
Se ahorcó el
violinista en mi tejado,
dijo que no
quería verme llorar.
En las
noches de verano,
cuando tu
cuerpo me abandona,
aún puedo
escucharle tocar
y entre
cuerdas, cuerdas, cuerdas
vino la
muerte sin avisar.
Me han
contado mis labios
que están
vacíos de soñar
con la boca
de tu regreso,
con los
huesos de su cantar;
y entre
besos, besos, besos,
se esfuma la
necesidad.
Sangran las
hojas de mi libreta
cuando las
apuñala tu silencio
y la tinta
coagulada
se vuelve
humo y excesos
y entre
versos, versos, versos
llantos, alcohol
y viento.
Esta ciudad
abandonada
que no
pasean ningunas manos
por sus
calles oscuras de caricias
y de la
ausencia que las camina;
entre ruinas,
ruinas, ruinas
entierra mis
ojos helados.
Cuando en la
orilla encuentro las piedras
y las
caracolas que deja el pasado,
y la marea
trae los erizos
con espinas
de horas a solas;
entre olas,
olas, olas
se ahoga mi
olvido y mi enfado.
Al pie de
los días de lluvia,
de las
noches sin dormir,
de los
puñales de la memoria
envenenados de
dolor;
entre líneas,
líneas, líneas…
te hiero como a nadie, amor.
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