miércoles, 30 de noviembre de 2016

DIONISOS Y EL INVIERNO

Al principio fue la palabra
y la música,
y los versos.
Luego la soledad
hizo nacer al silencio.

Yo lo hice con él.

Mis manos son árboles secos
donde ya no nacen las flores,
pero se marchitan como si fueran pétalos de tiempo.
Mis ojos son caleidoscopios de besos
con terapia de choque contra el olvido
y mis pupilas, negras termitas
que devoran el mundo por dentro.

Cuando hago el amor con mis versos
se asolan de luz los papeles
y agoran caricias desnudas
y pieles anémicas de ternura.

La destrucción de este cuerpo sin alma.
La construcción de este alma sin cuerpo
putrefacta, congelada de sueños,
torturada hasta hacerla gemir de placer,
herida de muerte, crucificada por la sed,
la espiga, los deseos de huida,
los labios de la madrugada.

El naufragio de mi carne, porcelana de tristeza.
Cifras, cansancio. Dormir es un lastre.
Soñar es huir del presagio.

Yo escribo porque sueño la muerte del espacio
y el sonido es una soga de lamentos ausentes.

Dime,
¿por qué queman los ojos cuando llueven?

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