sábado, 1 de octubre de 2016

SOLO DE GUITARRA Y LLANTO

No me quedan ojos
para llorar las horas que me bebo,
vacías de lo que alguna vez
fue razón para un poema.

Teñidas las pupilas
de un dolor irreversible, hecho de silencios
y caídos los párpados por el peso
de todas las noches a oscuras,
sin estrellas que sirvan de pañuelo
para secar el paso de unos días
mojados de la pena más amarga
que pueda habitar y crecer en un pecho.

Las madejas de los besos que dan las rimas
se han quemado en el incendio de un abismo
en el que las alas ya no sirven para volar
una vez que caes,

y las tripas de la ausencia
se quedan suspendidas en el vacío,
sujetas únicamente por la última esperanza
que se aferra a un desgastado existir.

No soy más que palabras
llorando en un sofá cuando despiertan
y la luz ciega sus fauces
de lobo atemporal
ante el hastío de recuerdos sin sombra.

Vengo con la pena descosida de los labios,
herida por los callejones de un papel moribundo
que sueña con desnudar las musas
que un día le hicieron sentir vivo…

Pero ya no queda nadie detrás de este espejo postergado,
tan sólo un reflejo que devuelve los versos
y las ojeras de una mirada que se ha cansado de ser.

Yo también quise desaparecer
y sólo obtuve puertas abiertas
a una infinita sala de espera
donde desesperar era el único objetivo.
También tuve más alcohol que sueños
en una cabeza podrida de narcosis
que espera a duermevela
a que sus brazos dejen de estar deshabitados.

Entre los suspiros de mi ajado aliento
sólo se distinguen tres invisibles sílabas
que gritan con enmudecida voz
y un clamor desesperado:

socorro.

Socorro, amor,
me ahogo sin nadie conmigo.

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